Espiritismo y mesas parlantes en Terror Mortis

Las sesiones espiritistas que fascinaban a la burguesía del siglo XIX

X. M. FERRO FORMOSO

11/5/20252 min read

A mediados del siglo XIX, Europa vivió una auténtica fiebre espiritista. Las clases acomodadas organizaban reuniones nocturnas en salones iluminados por velas, donde médiums y curiosos buscaban comunicarse con el más allá mediante golpes, voces y mesas que giraban solas. A esta práctica se la conoció como table-turning o mesa parlante, y durante décadas fue tanto una moda social como una ventana al misterio.

Las “mesas parlantes” eran, en apariencia, muebles comunes. Pero durante las sesiones espiritistas, los asistentes colocaban las manos sobre ellas esperando que los espíritus respondiesen a sus preguntas con movimientos o golpes. Lo que hoy entendemos como un fenómeno psicológico colectivo o incluso un simple truco de sugestión, fue entonces interpretado como una prueba de la existencia de una vida después de la muerte.

Uno de los casos más célebres tuvo lugar en 1853, en París, cuando el propio Allan Kardec, considerado el padre del espiritismo moderno, presenció por primera vez una sesión de table-turning. Aquel encuentro lo impresionó tanto que decidió dedicar los años siguientes a estudiar el fenómeno, recopilando testimonios y experiencias que acabaría plasmando en su obra más conocida, El Libro de los Espíritus (1857), origen del llamado “espiritismo kardecista” que se expandió rápidamente por toda Europa y América Latina.

En ciudades como París, Londres o Madrid se multiplicaron los círculos espiritistas. Intelectuales, aristócratas y científicos acudían a ellos con una mezcla de curiosidad y escepticismo. En España, las primeras noticias sobre estas prácticas llegaron a través de la prensa de 1853, y pronto se extendieron entre hombres y mujeres de las clases más notables fascinados por las promesas de comunicación con los difuntos.

En Terror Mortis, el doctor Alfonso Neira Lafontaine tiene noticia de la celebración de una de estas reuniones en la villa de Puentes. A través del relato de Francisca, el lector se adentra en una sesión organizada en la rebotica del doctor Illade, donde varios vecinos emplean una mesa espiritista traída desde Madrid para contactar con el espíritu del secretario recientemente fallecido.

La escena combina el tono racional del protagonista con la superstición y el miedo colectivo que impregnan la Galicia rural de finales del siglo XIX. La supuesta aparición de un espíritu que lanza una maldición sobre los presentes marca un punto de inflexión en la trama: el misterio se espesa, y el lector percibe que tras la teatralidad de aquella sesión puede esconderse algo más terrenal… y más peligroso.

El espiritismo sirve en la novela como espejo del conflicto central de Terror Mortis: la lucha entre la razón científica del doctor Lafontaine y la fuerza persistente de las creencias populares. A través de las mesas parlantes, el lector se adentra en el ambiente de una época en que la frontera entre ciencia y superstición era todavía difusa, y donde los muertos —reales o imaginarios— podían volver a hablar desde el otro lado.